Cuando vino a visitarnos su madre, ya me adelantó que su hija padecía obesidad, y que quería que la operásemos una vez hubiese terminado todo el proceso de ella. Sí, ella, la madre, también necesitaba una operación de obesidad, y una buena operación, porque padecía un síndrome metabólico importante.
Pero lo interesante y bonito de esta pequeña historia, no es tanto la madre, sino su hija. Me adelantó que era una niña que había sufrido mucho, entre otras cosas por su problema de obesidad, ya desde muy pequeña, que había pasado por muchos especialistas, que lo habían intentado incluso poniéndole un balón intragástrico, pero que todo había fracasado. Quería que su hija tuviese una vida normal, y le parecía haber encontrado la solución, y depositaba toda su confianza en nosotros.
La verdad es, que aquella actitud y confianza hacia nosotros, hacia mí y hacia mi equipo, me gustó mucho, me proporcionó ánimo y confianza para tratar a la niña, y además en principio, no parecía que fuese a ser distinto de otras casos de adolescentes que operamos cada año.
El caso pintaba algo distinto desde el punto de vista emocional, pero sin mas inconvenientes por lo demás, sin embargo todo dio un gran vuelco, cuando en plena preparación de la operación de su madre, me adelanta que la niña se le había encontrado una lesión en el hígado (tenía unas molestias inespecíficas desde hacía un tiempo) y que era necesario extirparla; lla lesión estaba en una zona del hígado delicada, y quería saber mi opinión.
Revisando y pensando en el caso, me di cuenta de que la lesión, estaba efectivamente en un punto realmente muy delicado, donde podían lesionarse partes importantes del hígado, incluso vitales, y que la operación tendría una complejidad añadida por la obesidad de la niña (las operaciones en obesos siempre son más complejas). Además, la operación necesariamente tenía que ser abierta, como las clásicas, abriendo el abdomen, y más bien «mucho que poco», y todo aquello dejaría adherencia muy fuertes que dificultarían enormemente nuestra operación de obesidad…. Pero aquella lesión del hígado era imprescindible extirparla.
Le recomendé que consultaran con una Unidad de Cirugía Hepática que realizase transplante hepático, porque la ubicación de la lesión a extirpar era especialmente compleja. Durante todo ese tiempo, yo no tuve la oportunidad de ver a la niña, pero hablé con ella por teléfono para animarla. La madre afrontó todo con una fortaleza increíble, recién operada ella, volcada en su hija, segura de los pasos que estaba dando. Fue intervenida en un excelente hospital, con gran éxito; fue necesario un control postoperatorio en la UCI y 6 días de hospitalización. No hubo ninguna complicación, pero eso sí, acabó con una buena laparotomía (apertura del abdomen), justo al lado de donde yo tendría que operar en poco tiempo…
Cuando por fin vi a la niña en la consulta, era una niña callada, con aspecto de más edad de la que tenía, quizá más madura por tantos retos a los que se había tenido que enfrentar desde corta edad, y no siempre con éxito, como su imposibilidad de frenar la obesidad. Tenía una gran cicatriz en el abdomen, una línea ancha y sobre elevada, de un color rojo vinoso intenso, dando fe de la fuerza cicatricial de su organismo joven. Estaba en el mismo lugar donde se hacían las heridas para operar la vesícula biliar, pero mucho más grande, partiendo desde el costado derecho, sobrepasando la línea media y llegando hasta el principio del lado izquierdo.
«Pobre criatura» -recuerdo que pensé-, y le hablé directamente de que aquella cicatriz se podría mejorar en unos meses con cirugía plástica. Por lo demás, el caso complejo había ido muy bien, y estaba curado, y aquello era lo importante. El siguiente reto, no obstante, pintaba bastante dificultoso, aunque la niña y la madre no ponían ningún obstáculo y estaban a favor de que se realizase otra laparotomía (cirugía abierta) si fuese necesario.
En esa alternativa, la de operar a la niña abriendo el abdomen, yo no quería ni pensar, pero realmente habían bastantes posibilidades de que así fuera. De ser necesario, tenía que abrir la otra parte del abdomen, la que aún permanecía intacto, de manera que aquella enorme cicatriz que traía, continuaría hasta llegar a final del flanco izquierdo!, algo poco deseable para una niña de 15 años…
Pero aquello no parecía un obstáculo para la madre ni para la hija, que me repetían, – confiamos en usted, y si es necesario abrir el abdomen, «pues se abre»-.
Nostros estamos muy mal acostumbrados, en el sentido positivo, y para nosotros representa un fracaso el tener que abrir el abdomen a un paciente. Los pacientes obesos son extremadamente delicados, y conseguimos no tener prácticamente complicaciones postoperatorias, gracias a que realizamos una cirugía y una anestesia muy finas, en las que, como a mi me gusta decir, el organismo, «casi» no se da cuenta de que lo hemos operado. Y desde luego una cirugía abierta rompía con todos esta filosofía y con nuestros planes.
Llegó el día, y después de la dieta preparatoria y el estudio pre-operatorio correcto, se organizó el quirófano. Recuerdo que los días previos, me venía el caso a la mente mientras hacía otros trabajos, con cierta preocupación, con incertidumbre, y yo me respondía, «todo va a salir perfecto como siempre…».
En quirófano, con la paciente ya anestesiada y preparados todos los campos quirúrgicos, procedimos a introducir cuidadosamente el trocar óptico de 12mm, que nos permite una visión directa del proceso de la entrada en el abdomen. La entrada fue sencilla y rápida, y observamos muy pronto que no habían prácticamente adherencias de la cirugía del hígado!. Aquello era como un milagro!. La verdad es que había decidido dejar un margen amplio, de 6 meses desde la operación del hígado para que el proceso inflamatorio de esa operación desaparecieses completamente, y así había sido, no había casi adherencias ni pegaduras ni obstáculos. Colocamos el resto de trócares, y realizamos la operación con todo cuidado en unos 90 minutos. La paciente por la tarde estaba en su habitación, levantada en el sillón, dando paseos y tomando pequeñas cantidades de líquidos.
A las 40 horas de la operación se fue a casa, para orgullo y satisfacción de todos. La niña no tuve que sufrir más incisiones ni cicatrices futuras, y sobre todo tuvo una operación eficaz y segura.
Es una historia muy sencilla, pero me parece muy bonita y quería compartirla con ustedes. La paciente ha leído con antelación este texto, y está de acuerdo con que lo publiquemos, aunque en ningún momento se desvela la identidad de la paciente.
Un cordial saludo
Dr. Jose Vte. Ferrer